27 nov 2009

Aeropuerto de Funchal (Fragmento II )




La idea del viaje había sido de él. Hacía mucho tiempo que no viajaban solos, y dos días antes Carlos había aparecido por la tienda de antigüedades de ella agitando como un abanico los billetes de avión: “Ya puedes ir haciendo la maleta. Nos vamos.” Había visto el anuncio en el escaparate de una agencia de viajes y no había podido resistirse a la tentación de hacer una locura. Ésas fueron sus palabras, hacer una locura, y Elena hubo de reconocer que también ella lo necesitaba, que la estimulaba la simple perspectiva de romper con la rutina y olvidarse por unos días de clientes y compromisos. Sólo al llegar al aeropuerto de Lisboa, donde debían conectar con el vuelo a la isla, había sentido una primera punzada de decepción: el suyo era el típico viaje organizado, y el resto del grupo estaba formado por matrimonios de jubilados y señoras mayores con aspecto de viudas. Tal detalle acaso habría resultado trivial si el suyo no hubiera sido, como de hecho era, un matrimonio ciertamente descompensado. Ella, con cuarenta años recién cumplidos, se consideraba aún una mujer joven y bonita, y los catorce años y dos meses que Carlos le llevaba le acercaban de forma irremediable a todos esos compañeros de viaje, que parecían no tener otra cosa de qué hablar que no fueran médicos, operaciones y achaques de la edad.
En el autobús que les recogió en el aeropuerto le pareció evidente que el trato que aquellos hombres y mujeres les dispensaban no era igualitario. Se dirigían a Carlos con una rara familiaridad, como si desde el principio hubieran dado por supuesta su integración en el grupo, y reservaban para ella una gentileza algo distante y cautelosa. Luego, en el vestíbulo del hotel (el Carlton, uno de los mejores de la isla), uno de esos carcamales se le acercó para comentarle con un guiño cómplice que la última noche estaba prevista una fiesta con karaoke, y lo que hasta entonces había sido sólo fastidio dejó paso a una poderosa sensación de disgusto. ¡Una treintena de viejos emborrachándose y dando gritos ante un micrófono! ¿A eso era a lo que Carlos llamaba hacer una locura?

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