Unos cuantos minutos de conversación y la certeza de poseer algo en común, aunque sea algo tan frágil como eso, una supuesta semejanza física con quién sabe quién, pueden en determinadas circunstancias bastar para improvisar breves alianzas. Eso es lo que, a ojos de Elena, ocurrió entre su marido y esas señoras, que, una vez concluido el trayecto en funicular, parecían haberse vuelto inseparables. Visitaron juntos el Jardín Botánico, y juntos compraron bordados en la Quinta do Monte y se fotografiaron en las escaleras de la iglesia, y en realidad Elena no estaba segura de preferir la compañía única de su marido. El grupo sólo se deshizo cuando llegó la hora de montarse en los llamados carros do monte, y eso porque en cada uno de aquellos pintorescos vehículos no cabían más de dos pasajeros.
27 nov 2009
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