27 nov 2009

Aeropuerto de Funchal (fragmentoXIII)


Ahora el intruso en sus sentimientos, el visitante inoportuno, era él, su ex amante. Qué injusta había sido al comparar a su marido con la intangible figura de Frank, un ser que pertenecía más al orden del deseo que al de la realidad, criatura más idealizada que ideal, sin otro tamaño que el de sus propias fantasías, y por eso mismo rival poco menos que imbatible para Carlos. ¡Ay, qué culpable se sentía por haberse dejado arrullar por tan tramposas ensoñaciones! “¿Quiere otro vaso de agua?”, le preguntaba de vez en cuando el gerente, respetuoso siempre de su dolor de viuda.
Luego alguien anunció que el autobús acababa de llegar, y Elena se encontró de golpe en el vestíbulo, viendo entrar turistas de ojos llorosos y expresión descompuesta. Una de las señoras del teleférico se echó en sus brazos y ahogó un sollozo. “Ha sido horrible”, repetía, “horrible.” Por encima del hombro de aquella mujer vio aparecer la figura de Carlos. Llevaba una gorra con el dibujo de un pez espada, y la nariz, como siempre que le daba el sol, se le había empezado a pelar. Se saludaron con un beso en la mejilla y Carlos dijo: “Con lo simpático que era ese hombre... No paraba de hacer planes para el karaoke de esta noche.” Elena asintió muy despacio y, mientras lo hacía, notó cómo un rencor antiguo renacía en su interior, renovado, intacto.

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