27 nov 2009

Aeropuerto de Funchal (Fragmento XI )




Frank era uno de los músicos de la orquesta, y Elena no pudo apartar la vista de él desde que coincidieron en las puertas giratorias de la entrada. Lo demás fue sencillo, una copa juntos, el mismo taxi, el intercambio de números de teléfono, y mientras se despedían ella tuvo la rara certeza de que ya no podría renunciar a él. De que pensaría en Frank a la mañana siguiente, y seguiría pensando en él a la otra y a la otra. Sí, lo suyo por Frank había sido auténtica pasión, un sentimiento que no recordaba desde hacía muchos años y para el que creía haber quedado inhabilitada con el paso del tiempo. ¿Volvería a experimentar lo mismo si ahora se reencontraran? La figura de su marido había desaparecido hasta de su imaginación. Elena se veía a sí misma como una mujer separada, libre, y de golpe se preguntó qué pasos habría de dar para localizar a Frank. ¿Mantendría contacto con aquel amigo suyo, el dueño del bar en el que solían citarse? Y aquellos músicos con los que habían estado en alguna ocasión, ¿tendrían alguna idea de su paradero? Se imaginaba otra vez entre los fuertes brazos de Frank, y en su interior volvía a percibir la misma zozobra placentera que la había atenazado la noche de su primer encuentro íntimo.
Comió en el restaurante del hotel y después del postre aceptó probar la copita de puncha que el camarero le ofreció. Las primeras noticias llegaron algo más tarde: uno de los turistas del grupo se había despeñado por uno de los barrancos del interior de la isla. Aún no se sabía si era hombre o mujer ni si estaba muerto o sólo herido, pero ella recordó las palabras de su marido (“Sería incapaz de vivir sin ti. Me mataría.”) y empezó a temer que se tratara de él, de Carlos.

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