19 dic 2018

EL SUEÑO DEL CARACOL PARA VER O LEER (I)

       

       Ya para terminar este trimestre, os dejamos dos textos que recogen distintas versiones de El sueño del caracol, un cortometraje del año 2001, dirigido por el director Iván Sáinz-Pardo. En él se cuenta la historia de amor frustrado entre una joven enamorada y un librero de su misma edad, de quién no sabe absolutamente nada.  Raúl y Leonardo, alumnos de primero de bachillerato, queremos compartir con vosotros nuestra pequeña aportación al blog, con estos dos relatos, creados a partir del lenguaje fílmico.

Comenzamos con el relato de Raúl González.

Cortometraje - El sueño del caracol :
 


EL SUEÑO DEL CARACOL


Hoy estoy bajo tierra y no pasa ni un solo día en el cual no me venga a la mente esa preciosa niña. Pero empecemos por el principio.


Estaba en un bar en el que solía desayunar diariamente antes de ir a trabajar; no tenía nada de especial, era un espacio muy amplio dividido a dos alturas. En la zona superior tenía cinco mesas y en la parte inferior, quince; también contaba con una gran cristalera por la cual podías ver el exterior poco transitado de la calle a primera hora. La barra estaba situada en la zona sur del local: era larga, de madera vieja muy rascada y gastada por algunos golpes o algunas bebidas derramadas sobre ella. Las mesas tenían una única pata central de metal negro y una superficie de mármol blanco; las sillas era tan simples como unos hierros doblados de tal forma que imitaban perfectamente la forma del asiento.


  Esa mañana me llamó la atención una chica que semejaba tener aproximadamente mi edad., Se veía que era torpe o que estaba nerviosa puesto que derramó parte de su bebida; cuando se dispuso a coger una servilleta para limpiar el líquido se le escurrió el servilletero causando un gran ruido. No le di mayor importancia, pagué el importe de mi desayuno y me marché a trabajar. La niña me siguió disimuladamente intentando que no me percatara de su presencia. Entré en la librería y comencé a organizar los libros que nos habían traído ayer. Cuando me percaté de su presencia se asustó y para disimular decidió coger un libro de la estantería, el cual trataba sobre los caracoles. En ese momento me dispuse a hablarle:


         -Hola- saludé cordialmente.

         -Hola- contestó ella.

         -¿Puedo ayudarte en algo?- le pregunté como cualquier dependiente.

Tras dudar contestó:

        -Sí, quiero llevarme este libro.

        -¿Se lo envuelvo?- pregunté

        -Sí, por favor-me contestó.


Me dirigí hacia el mostrador, tenía muy claro que el libro no era para ella. La vi tan poco decidida a hablarme que le escribí una pequeña nota en la primera hoja del libro en la que me presenté. Después le cobré y se marchó.


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          Al día siguiente volvió, cogió otro libro y me pidió que se lo envolviera y se lo cobrara. Yo, como ya había hecho, le volví a escribir otra nota en la que hablaba un poco más de mí. Siguió viniendo cada día durante semanas, con el paso del tiempo cada vez la veía más hermosa. Era no muy alta, no excedía el metro sesenta, esbelta con un torso perfectamente moldeado, su cara tenía una forma indefinible para mí, pero preciosa. Los pómulos lucían tan perfectos como dos medias lunas, su pelo no le llegaba más abajo de los hombros y eran de un color castaño como el de las preciosas hojas que caen de los árboles en otoño, sus ojos eran profundos, pero con gran personalidad. Poco más se podía decir de su físico, únicamente añadir ese pequeño lunar que tenía bajo el labio inferior y el hoyuelo que solía lucir especialmente cuando se reía con esa risa típica de los niños pequeños, lo que le daba ese punto de dulzura. Con las semanas descubrí cómo era su personalidad, tremendamente tímida, a la par que dulce. Solo que no demostraba esta dulzura ante mí, quiero creer que por vergüenza.


Yo seguía sin recibir ninguna respuesta a mis notas, pero no cesé en el intento y las seguía escribiendo. Tiempo después, un día como otro cualquiera, iba hacia mi trabajo con la esperanza de que esa chica, de la cual estaba completamente enamorado y cuyo nombre desconocía, volviera como cada día a por uno de los muchos libros de la biblioteca. 
 

Todo cambió en el instante en que un coche no frenó cuando yo cruzaba y acabé en el hospital... Y un día más tarde, en un ataúd sin saber qué ocurrió: si la chica había leído las cartas, si había ido ese día, si sabía qué me había ocurrido...


La vida, al fin y al cabo, es tan rápida como un chasquido de dedos, por eso no debemos hacer como el caracol e ir lentos y escondernos. Hay que atreverse, vivir y sobre todo disfrutar cada instante porque un día tranquilo puedes encontrar el fin de la vida y del amor. 


 


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