Y ya para terminar con las versiones escritas a partir del cortometraje El sueño del caracol, ( https://www.youtube.com/watch?v=COEzK3h8mUY ) podéis leer la que ha creado para todos nosotros Leonardo.
TARDE PARA HACERLO
Leonardo Ríos Varela
Tras verlo en la cafetería, creí que sería la persona
con la que compartiría mi vida. Lo que más me atrajo de él fue su
media melena, esa tez pálida, pero sobretodo esa parsimonia, esa
naturalidad; me enamoré cuando lo vi leer y tomar mi café favorito,
el cortado, en mi cafetería favorita. Decidí seguirle, atravesó
todas las callejuelas hasta llegar a una librería. Entré unos
instantes más tarde que él y me camuflé detrás de una estantería
de libros al azar.
La librería también me enamoró porque sonaba mi estilo
de música favorito. No era muy grande, pero sí tenía su encanto,
la gente no abarrotaba este humilde negocio. Había una parte con
sillones que resultaba de lo más agradable para pasar un buen rato
antes de escoger alguna de las maravillosas obras que la literatura
nos ha dado. Él era el dependiente, parece que el negocio no era
suyo, un hombre mayor de pelo blanco, se situaba tras una pared
detrás del mostrador, que tenía una ventana que daba a la oficina.
Mientras
observaba la librería apareció él:
- Hola
- dijo repentinamente con su voz rasgada
- Hola
- respondí tímidamente.
- ¿Estás
interesada en este libro? – la pregunta me resultó de lo más
inoportuna, pues estaba inmiscuyéndose en mis pensamientos.
- ¡Eh!,
sí – contesté atontada.
- ¿Te
gustan los caracoles? – preguntó él.
- No
– negué de repente – Sí – afirmé después al ver la portada del libro que yo sostenía.
- Ahora
mismo te cobro. Ven por aquí
Fui tras él y me quedé atontada mirándole; entretanto tanto, con cuidado y mimo preparaba el libro que yo me disponía a comprar. Llegué al mostrador, donde tenía mi compra ya envuelta.
- Son
doce marcos - dijo – ¡Que tenga un buen día! – añadió tras
entregarle el dinero.
Me fui a casa pensando en él. Mis sentimientos eran muy
profundos, pensaba en qué haría en ese mismo instante. Día tras
día fui al que ya era mi sitio favorito de la ciudad, la librería,
que cada jornada estaba ocupada por gente distinta, pero siempre por
este chico. Lo máximo que conseguí sacar esos días fue su nombre
“Oliver”, un nombre parecido al sol, sobre lo que todo gira.
Compré un libro cada día, que él me envolvía, y que no llegué a
abrir. “Hola” y “Gracias” eran las palabras que ambos
cruzamos todos los días. Me decidí a hablarle y me dispuse a ir a
la librería. Llegué y no lo vi, antes de desesperar, me decanté
por preguntarle al dueño.
- ¿No
trabaja hoy Oliver?
- ¿Eres
amiga de él? – respondió
Asentí
y el señor, con expresión abatida, me dijo:
- Oliver
ha muerto hoy en un accidente de tráfico…
Tras esas palabras no oí más, me fui a casa, llorando
por una persona a la que amaba y de la que solo sabía su nombre:
Oliver.
Rota por el dolor abrí lo único que con él me
relacionaba, los libros que había comprado, y que sus perfectas
manos habían tocado, abracé ese primer libro tras quitarle el papel
de regalo, y olía a él, a ese olor que llegaba cuando me acercaba a
pagar. Abrí la primera página... ¡Y había una dedicatoria en la que
me decía que sentía algo, que me quería conocer, que quería
establecer una relación conmigo! Tras abrir los restantes libros,
descubrí los otros mensajes. Lloré hasta que me cansé y decidí
hacer algo.
La mañana siguiente fui a donde él murió, a esa
maldita carretera que había truncado mi sueño, que había roto mi
vida, lo único que me hacía levantar de la cama cada mañana.
Cuando el primer coche apareció, decidí abalanzarme sobre él. ¿El
conductor era Oliver? No lo sé, no veía nada solo el momento de
reunirme con la persona que tanto amaba, si eso podía llegar a
pasar. Quise morir como él lo hizo. Vivimos un amor tímido, como
los caracoles, como el primer libro que compré, que por tonta o
inepta no llegué a abrir. Ahora ya era tarde para hacerlo...
LEONARDO
RÍOS VARELA
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