19 dic 2018

EL SUEÑO DEL CARACOL, PARA VER O LEER (II)



       Y ya para terminar con las versiones escritas a partir del cortometraje El sueño del caracol, ( https://www.youtube.com/watch?v=COEzK3h8mUY ) podéis leer la que ha creado para todos nosotros Leonardo. 

TARDE PARA HACERLO 
Leonardo Ríos Varela 
      Tras verlo en la cafetería, creí que sería la persona con la que compartiría mi vida. Lo que más me atrajo de él fue su media melena, esa tez pálida, pero sobretodo esa parsimonia, esa naturalidad; me enamoré cuando lo vi leer y tomar mi café favorito, el cortado, en mi cafetería favorita. Decidí seguirle, atravesó todas las callejuelas hasta llegar a una librería. Entré unos instantes más tarde que él y me camuflé detrás de una estantería de libros al azar.
      La librería también me enamoró porque sonaba mi estilo de música favorito. No era muy grande, pero sí tenía su encanto, la gente no abarrotaba este humilde negocio. Había una parte con sillones que resultaba de lo más agradable para pasar un buen rato antes de escoger alguna de las maravillosas obras que la literatura nos ha dado. Él era el dependiente, parece que el negocio no era suyo, un hombre mayor de pelo blanco, se situaba tras una pared detrás del mostrador, que tenía una ventana que daba a la oficina.
Mientras observaba la librería apareció él:
     - Hola - dijo repentinamente con su voz rasgada
     - Hola - respondí tímidamente.

Resultado de imaxes para el sueño del caracol
     - ¿Estás interesada en este libro? – la pregunta me resultó de lo         más inoportuna, pues estaba  inmiscuyéndose en mis                       pensamientos.
     - ¡Eh!, sí – contesté atontada.
     - ¿Te gustan los caracoles? – preguntó él.
     - No – negué de repente – Sí – afirmé después al ver la portada         del libro que yo sostenía.
     - Ahora mismo te cobro. Ven por aquí
       Fui tras él y me quedé atontada mirándole; entretanto tanto,       con cuidado y mimo preparaba el libro que yo me disponía a         comprar. Llegué al mostrador, donde tenía mi compra ya envuelta.
      - Son doce marcos - dijo – ¡Que tenga un buen día! – añadió tras entregarle el dinero.
      Me fui a casa pensando en él. Mis sentimientos eran muy profundos, pensaba en qué haría en ese mismo instante. Día tras día fui al que ya era mi sitio favorito de la ciudad, la librería, que cada jornada estaba ocupada por gente distinta, pero siempre por este chico. Lo máximo que conseguí sacar esos días fue su nombre “Oliver”, un nombre parecido al sol, sobre lo que todo gira. Compré un libro cada día, que él me envolvía, y que no llegué a abrir. “Hola” y “Gracias” eran las palabras que ambos cruzamos todos los días. Me decidí a hablarle y me dispuse a ir a la librería. Llegué y no lo vi, antes de desesperar, me decanté por preguntarle al dueño.
      - ¿No trabaja hoy Oliver? 
      - ¿Eres amiga de él? – respondió
Asentí y el señor, con  expresión abatida,  me dijo:
      - Oliver ha muerto hoy en un accidente de tráfico…
    Tras esas palabras no oí más, me fui a casa, llorando por una persona a la que amaba y de la que solo sabía su nombre: Oliver.
     Rota por el dolor abrí lo único que con él me relacionaba, los libros que había comprado, y que sus perfectas manos habían tocado, abracé ese primer libro tras quitarle el papel de regalo, y olía a él, a ese olor que llegaba cuando me acercaba a pagar. Abrí la primera página... ¡Y había una dedicatoria en la que me decía que sentía algo, que me quería conocer, que quería establecer una relación conmigo! Tras abrir los restantes libros, descubrí los otros mensajes. Lloré hasta que me cansé y decidí hacer algo.
    La mañana siguiente fui a donde él murió, a esa maldita carretera que había truncado mi sueño, que había roto mi vida, lo único que me hacía levantar de la cama cada mañana. Cuando el primer coche apareció, decidí abalanzarme sobre él. ¿El conductor era Oliver? No lo sé, no veía nada solo el momento de reunirme con la persona que tanto amaba, si eso podía llegar a pasar. Quise morir como él lo hizo. Vivimos un amor tímido, como los caracoles, como el primer libro que compré, que por tonta o inepta no llegué a abrir. Ahora ya era tarde para hacerlo...


LEONARDO RÍOS VARELA

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